lunes, 30 de mayo de 2011

Capitulo I Entero

 Lo habían catalogado como el día de las inscripciones. Pero estaba lejos de ser una convocatoria.
Obviamente nadie que estuviese fuera del círculo sobrenatural podía estar al tanto de la existencia de tal.
               Si se preguntan cómo hacíamos para que los humanos presenciaran ese momento sin dejarnos en evidencia… la respuesta era simple: Secuestro. Los traían de todas partes del mundo, siempre preseleccionándolos. Aquellos que parecían bien predispuestos para lo paranormal eran sustraídos de su hábitat y encerrados en un cuarto donde recibían capacitación visual, que les anticipaba lo que estaban a punto de vivir. Los reacios a esta instancia de instrucción eran eliminados. —No hace falta que menciono como— Los que parecían sorprendidos, seguían en entrenamiento neuronal, e iban avanzando en niveles de información, en donde luego se volvía a hacer otra limpieza con los que aparentaban no estar de acuerdo.  Para el “Día de las Inscripciones” solo quedaban aquellos dispuestos a arriesgarse. Eran personas que acordaban estar en la reunión por propia voluntad. Ellos estaban a punto de sumarse al inframundo, eso era todo lo que necesitaban saber para acceder.
               Yo estaba ahí, vestida como era adecuado. Generalmente, para juntas como esta nos hacían usar un atuendo a lección pero íntegramente negro. Ese día llevaba un vestido corto ceñido al cuerpo, de lycra por delante y encaje negro por detrás hasta la altura de la cintura, luego lycra de nuevo hasta debajo de las nalgas. Tenía botas bucaneras negras de terciopelo con tacones altos, que me estilizaban y como todo el resto de la ropa, contrastaban con mi piel blanca.
               Me sentía observada en todas direcciones, pero era normal. Era la única mujer presente entre un consejo entero de hombres. Veintidós miembros de la Orden habíamos sido capacitados para ejercer el rol de selectores. No podíamos equivocarnos, y jamás lo habíamos hecho.
               El salón era cálido a la vista. Construido de forma circular, con arquitectura romana, y decorado con colores rojos, naranjas y dorados, que brindaban al ambiente un efecto de calor que no era tangible realmente en el aire. Todos ahí dentro se sentían muy a gusto, siempre, sin importar el motivo de la congregación. Cada vez que un tema debía discutirse se acudía al salón mayor, cada vez que debían emplearse nuevas fuerzas, se acudía al mismo lugar.
               — Podrías cambiar la cara— sugirió Blas.
               — ¡Oh, perdón! Pensé que formaba parte del protocolo.
               — No te hagas la graciosa conmigo, soy tu superior.
Lo miré y sonreí, pero no por que me causara gracia lo que estaba diciendo o porque me pareciera un tipo simpático; sino porque a veces hacía comentarios alusivos a su cargo, que lo hacían más patético de lo que ya era, e incapaz de conseguir a una mujer que soportara sus ladridos.
               — ¡Quiero a esa, la que esta ahí!— Le dije al recolector que se encargaba de apartar a los elegidos. Él separo a una chica rubia, de no más de diecinueve años, con ojos color cian y cuerpo pulposo.
Yo estaba segura que había visto en ella un halo de seguridad furtiva que la haría una buena estratega. La destreza física vendría luego, con los entrenamientos.
               — Buena elección.
               — Lo sé Blas. No entiendo como tu ojo de ave de rapiña no la registró
               — Te estaba dejando la más débil, para que repuntes de a poco.
               — Que caballero —  le dije con sarcasmo. Odiaba a ese tipo. Por suerte solo lo veía tres veces al año. Solo dejaba ver su culo engreído y seguramente peludo cuando la Orden lo citaba.
               — Por supuesto, como corresponde — dijo sin apartar la vista del frente — Tráeme aquel.
               Señaló a un joven que estaba apoyado contra una pared, con aire aburrido y cara de pocos amigos.
               — ¡Hey! Oye este tipo es una decadencia, no tiene nada especial.
               — No te metas Savannah. — Me dijo — No influyo en tus dediciones, y tu en las mías tampoco.
               — Ese tipo tendrá que convivir conmigo — me quejé
               — No sobrepases los límites, yo no soy Bernabé.
Tenía razón, no era Bernabé, era mucho menos compasivo. Bernabé era el último superior, dueño y titiritero de la cede. Era como un padre para todos, instructor y humilde como pocos con su poder; yo lo admiraba muchísimo, y era al único al que estaba dispuesta a respetar, aun sabiendo que estaba cometiendo errores existenciales.
               Así también, él confiaba en mi. Hacía mucho, cuando yo me estaba iniciando, Bernabé había sido mi selector y tutor y me conocía como pocos.

— ¿Qué haremos este año con los que quedan fuera de selección?— Preguntó Dan, un compañero de cede a Blas.
               — Los mandaremos a casa — sin inmutarse contestó y prosiguió con la selección.
               — ¿Es en serio? ¿Mandarlos a casa? Levantaríamos sospechas.
               — Terminarían en el manicomio Dan.
               — Terminaríamos en una hoguera Blas, esa es la respuesta correcta.
               — Lamentablemente el que da las órdenes soy yo, y así lo he decidido.
               — Podríamos enviarlos a otras cedes.
               —Dan, Dan, Dan — dijo Blas estaba empezando a perder la paciencia. Cuando eso sucedía se desconcentraba y perdía el enfoque en el frente, para mirar a la cara al responsable de tan bajo acto amor por su propia vida — Si tan inteligente eres, creo que podrías responderme ¿Cómo se supone que nuestra basura podría servirle a los demás?
               — Quizá ellos vean algo nuevo, algo que nosotros no pudimos encontrar
               — Entonces, déjame decirte, que estarías haciendo mal tu trabajo.
El tono de Blas se había vuelto amenazador y a apremiante. Si esa conversación avanzaba iba a terminar convirtiéndose en una cacería, así que me vi en la obligación de intervenir.
               — Dan ¡Dan mírame! ¡Basta!
               — Haz lo que te dicen Dan. — sugirió Blas poniendo nuevamente la vista en los humanos
               — Yo siempre hago bien mi trabajo Blas Jedan.
               — Savannah, o  buscas la manera de sacarlo de mi camino o yo lo haré.
               — Si, señor — odiaba sentirme subordinada y tener que acatar órdenes, pero si no lo hacía, Blas se desharía de Dan sin darle chance alguna de defenderse. Los vampiros no subían de rango solo por mero placer de un superior, sino porque se habían ganado el ascenso en batallas libradas.
               — Vannie no hagas esto— Dan reclamaba con voz lastimera mientras lo empujaba hacia la puerta trasera del salón — Vamos, no me desautorices así.
               — Dan, no tienes autoridad alguna, en primer lugar, en segundo, lo hago por tu bien y lo sabes.
               — Quede como un idiota enfrente de todo el mundo.
               — Nadie se enteró, no te hagas problema.
               Una vez fuera, en los zaguanes nos frenamos y él me miró. Conocía esa mirada más que a mi misma. Ahí íbamos de nuevo.
               — Estás excepcionalmente linda hoy. Debería haber conservado mejor lo nuestro.
               — Ok, Dan. Todos los días estoy realmente linda a tus ojos; no empecemos con la melancolía de nuevo.
               — Creo merecer cada patada en el culo que me das cuando te halago.
               — Crees bien. Ahora hagas lo que hagas no vuelvas a la junta.
               — No lo haré, hoy tengo día libre. Tenemos. — Lo conocía y quería que me uniese a su plan para esa jornada fuese cual fueese.
               — Si, las elecciones hay terminado para nosotros. Disfruta el tiempo libre Dan, haré lo mismo por mi cuenta.

               Di media y vuelta y me marché. No intentaba darle mucha rosca a mi relación con él. No quería desenterrar sentimientos de ningún tipo hacia su persona. Si ahondaba en su aspecto físico caería de nuevo con facilidad en sus manos. Me costaba muy poco empezar a verlo de forma objetiva cuando me centraba en sus ojos azules y en su pelo oscuro como el azabache. Así que simplemente era para mí un compañero de trabajo y como a tal, le salvaría las papas cuando  me necesitase, sé que él haría lo mismo. Otra de las cosas que los novatos aprenderían seria el viejo lema de la Orden que rezaba “Protegeréis a tus colegas, tanto como a ti mismo”

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